9 de diciembre de 2022

Regiones naturales

En el viaje de regreso la montaña pierde opacidad. Nuevas aves cruzan el sendero. Las apariencias requieren un lento acercamiento.


28 de noviembre de 2022

2019

"El río se hizo profundo bajo el puente. Alguien observa y funda la distancia, proximidad y lejanía de una misma matriz. Las superficies son hondas, piensa. El lugar es ocupado lentamente por el lenguaje.

Junto a la orilla el caminante se detiene. La noche lo recibe con sigilosa indiferencia. En cada sombra un mundo no visible se tensa; el resto se oculta. — Como un oído, el ojo no es sensible a la luz, sino al tiempo."

9 de febrero de 2022

Visiones luminosas

"Los árboles han escrito un círculo de luz. Es preciso dirigirse a una montaña distinta, donde ya no se oculte lo que el caminante busca."

30 de enero de 2021

De nuevo

"Nada es necesario, salvo la adecuada disposición para el comienzo: esto sí. Sobre la mesa de una casa de Brandemburgo (aún recuerdo el nombre de la calle: Dorfstrasse; y de la estación: Drahnsdorf) había un libro que, durante el tiempo que estuve allí, no supe ver. En este libro, sólamente después, descubrí el perfil de una montaña bajo la luna, y el fuego al acercarse calcinando lo que en la página anterior había resplandecido. No el verde de la hierba, sino el de la fotografía de un monte demasiado verde para existir. 

Entonces supe que el color no iba a apagarse al compararlo con el sendero que, lleno de modificaciones sombrías, se cubría de hierba en la salida de la estación, y recorría siempre de regreso. Por el contrario, el color visto en la página indicaría más claramente una dirección para mirarlo y descubrirlo en el mundo. Aquel era su sentido.

En una casa diferente, ahora que la hierba impresa vuelve a ser quemada, es extraño admitir que al detenerme ante la imagen con la atención que presto siempre a los objetos menores, tengo la impresión de que he aprendido a ver el libro pero he dejado de apreciar los innumerables tonos de la hierba."

Marzo, 2019.

24 de septiembre de 2019

Las hondas superficies

"Entre el lector y el libro se intercambia un silencio. Lo abrimos. Lo dejamos sobre la mesa. Esta acción sencilla tiene el carácter de una invocación. En él hay un espacio no interpretado aún, como un camino al dibujarse, muy débil, en la tierra. Toda lectura requiere acallamiento. La preparación para el libro: un gesto interior.

Con el deseo de alcanzar esta vivencia, pero sabiendo que no puede buscarse, un pensador ha puesto rumbo a la naturaleza. Estas eran las cosas vistas: el movimiento del maíz, o el animal que pasa sin hacer ruido. Ante ellas se ha vuelto suave la indefinible soledad. El pensador ahora siente que ya puede vivir, dedicado enteramente a la posibilidad poética de ver: no al mirar esto o aquello, los objetos que salen a su paso, sino algo mayor, como una red que los sostiene para que se muestren."

Diciembre, 2018.
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25 de abril de 2019

Las aristas


"En la cumbre del sentir, cresta que alguien ha escalado a su pesar, sólo hay aristas incoloras, reales como las cosas. (...) El escalador pronuncia entonces la palabra — que ya no escribirá — y luego calla..."

20 de marzo de 2019

Imágenes de las mañanas de marzo

*

Sensación y realidad. Estar más cerca de la luz, donde el objeto es recipiente de una intensidad que no le pertenece. La visión es el único, el último enigma.

*

Quien se adentra en soledad conoce a su animal. Allí renueva su fondo. Tenemos, oí decir, un pelaje más áspero, pero una piel suave. Y más tarde: para ir a la serenidad basta ir con serenidad. En el camino de regreso, estando solo, vi por primera vez la hierba oscura, y un guijarro que brillaba, muy débil, como el granizo en la tierra.

*

Rastro de agua deshelada. Una casa nos llama desde su afelio, desde su verano futuro. Repentino verdor azul.

*

No saber qué es tocar — presencia indefinible de lo común — pero estar siempre dentro de lo táctil. Antes de escribir, la concentración del tacto en la piel de los dedos. Un alrededor se incorpora: se vuelve interno el exterior. Algo se alza y a la vez se hunde en el ser. (Así el ser alza las cosas al hundirse en ellas.)

*

Un significado es un ruido hecho palabra. Es la imagen que la palabra invoca, relación imaginaria entre los ruidos y las cosas. — A la inversa, hace falta una escucha muy honda para descubrir en la palabra su sonido, su ruido.

*

El humo reclamaba al pensamiento. (Para un observador distante, la columna gris era tanto un signo de peligro como una posibilidad de encuentro). Fuego y peligro: fuego y amistad. 




5 de febrero de 2019

Estar aquí

¿Dónde? 

En el amanecer de la forma, cada vez. Y también al mediodía, cuando todo se muestra sin ocultar su borde. 

Es tiempo de escuchar. La mirada escribe la sinfonía de la apariencia. Fotografiamos: algo de esta ocupación humilde es suficiente aún. Decías: insiste en ella, pero que nada sea casual. Que todo sea fruto de una libertad necesaria. 

Hacia un final, o un horizonte, sólo vale orientarse: no se llega. Pero en el camino hay espacios donde descansa el ojo. Bastan las cosas que en cada instante están presentes. Basta reconocer su lugar respecto a otras, como el tono que una cuerda aporta a la música total, fruto de la tensión del mundo. 
 
Lo bello, al ser mirado, no reclama una acción: es aquello que, aunque podríamos ignorar, se convirtió en nuestro centro. 

(Por ejemplo las piedras, que siendo tan antiguas me parecieron fugaces. Y en cambio el viento, esta mañana, al pasar por el filo de una hoja, era una eternidad.) 

Un lector se aproxima. De su pensamiento no nacen los poemas: al contrario, fue la poesía la que hizo necesario al pensamiento, la que siempre lo invocaba. El poema que precede a lo pensado, ¿tiene por eso una relación difícil con el lenguaje? 
 
El poeta ya no persigue las palabras para decir su pensamiento. Desearía, en cambio, una ebullición muda. La obra da un rodeo y seguimos su rastro. Escribir así es levar anclas en el lenguaje. Nada se fosiliza más rápido que él: si sale a flote, lo hace como el cuerpo de los náufragos (frío). ¿Qué ha sido, entonces, fotografiar? ¿Dar espacio a un punto ciego que crezca en la visión dibujando un hueco? El fotógrafo aprende a olvidar significados: instalado en su propio punto ciego, estira la mano y va palpando lo real. Con un conocimiento precario e impreciso llega hasta la imagen. 

Sobre la mesa, un triángulo de luz cubre una veta en la madera: un meridiano. Su rastro aéreo - polvo suspendido - me recuerda al cometa que observamos una vez. Sigo leyendo: “Y lo entrevisto puede encontrar su figura, y lo fragmentario quedarse así como nota de un orden remoto que nos tiende una órbita.” (Zambrano) No ser meramente necesario, ni tampoco libre. Sentí un mandato y lo seguí, para descubrir que lo di yo. Prestar la máxima atención a las órdenes propias: nada importa más. 

Escritura velada: ¿qué se vela en ti? El excedente de la luz, la plata oscurecida: una fotografía desaparece cuando lo accidental hace su ley. 
  

12 de octubre de 2018

El canto

Afinamos el órgano para el canto más débil: una voz. Levantas una piedra; la habitan seres con propia duración. En ellos no hay quietud, como en el árbol hueco, o en el acceso de la madriguera custodiada: tampoco allí hay silencio. 

Ahora torrente abajo, como las plantas que se vierten en el campo: mata, espino blanco. O bien la zarza, eclipse del sendero. (Pero no el helecho, tan fácil de pisar) 

1 de junio de 2018

Hacer memoria

Un río atraviesa el bosque. Sabemos del hallazgo de un lugar en su cauce. Lo ha fundado quien camina cada día desde la casa: cruza la huerta, rodea un árbol, y se sienta en la orilla, aunque está húmeda.

Ahora el arco se aproxima y una cuerda se tensa. En la casa se otorga, muy despacio, la serenidad. La luz está posada sobre el rostro de una mujer. Su escucha abre un sendero en la memoria: pensamientos musicales, claros. La mano, con un gesto, apunta al interior: es aquí. Y así era. Siguiendo aquella orden he llegado también.

Comienza un diálogo en la habitación silenciosa del río. Al otro lado un animal deja las huellas que después seguimos. No hizo falta cruzar, sólo observar el movimiento. El animal se esconde en su ser. Visible o no, el animal es eterno.

29 de mayo de 2018

Ambas orillas

— No sé si existe el exterior. A veces, frente a las cosas, siento que no están allí donde las veo. El ojo parece proyectarlas sin recibir nada de ellas.
— ¿Quieres decir que la visión es un sueño, y que la misma solidez no es más que una ilusión? 
— No exactamente... ¿cómo podría ser un sueño? Sería preciso, entonces, alguien que durmiese, y que el durmiente pudiese despertar.
— Si el exterior no existe más allá de quien lo ve, ¿se puede decir que sólo hay una mente en la que todo se forma? El universo, en ese caso, coincide con la vida.
— Esa afirmación es demasiado optimista. ¿Por qué llamamos "vida" al mundo? Consideramos que lo vivo es el grado más alto de la existencia... cuando quizás sea, simplemente, el último. 
— Puede que las piedras, entonces, estén vivas también.
— Para nosotros, supongo que sí. Pero si las piedras pudiesen conocer... Lo inorgánico no es sino un punto de vista, una distancia. Una piedra está tan cerca... tal vez demasiado.
Admites que hay entonces perspectivas diversas. Creo que esto conlleva la aceptación de lo externo: algo diferente de nosotros, un afuera, sea lo que sea.
— Claro, la diferencia existe... Es fácil pensar en la unidad, pero difícil sentirla. Eso que llamas "afuera", me pregunto: ¿qué es? Estamos aquí, sin saber muy bien dónde. Sólo la costumbre nos permite dar, en ocasiones, pasos firmes. También las regularidades, sí, y los libros de ciencia... la materia. Caminamos sobre esas convicciones. Está bien, y es necesario. Aún así, he imaginado a veces el mundo visto desde muy lejos. ¿Podríamos alejarnos tanto de él que lo perdiésemos de vista? Quiero decir: alejarnos sin llegar nunca a otro lugar.  Al hacerlo estaríamos ya creando un universo, vacío, como una sombra del nuestro. Flotando en una oscuridad tan honda que ni siquiera nuestro cuerpo se viese ¿crees que hablaríamos aún de "lo externo"?

2 de abril de 2018

Ofrendas olvidadas

Sin centro. A la espera de un signo, cualquiera, hacia adelante en la senda. Un pájaro la cruza vaciando el aire. Lo invisible, dijiste, también ofrece resistencia. El pájaro se posa. Su vuelo precede al canto. ¿Es esto una señal? Bajo la cumbre inaccesible, dejamos todo al borde del camino: todo, salvo una imagen.

El extranjero no suele hacer preguntas. Camina pensativo por reflejarse en las cosas. Su visión, proyección densa, recorre los relieves. Madrigueras, piedras, sus discretos moradores. La opacidad ahora resiste a la mirada: como el vuelo, cruza la senda, precede al canto. 

Alguien no está. Solo hay un cuerpo, abierto, y un brotar que no es del mundo. Se olvidan las ofrendas para recibirlas más tarde otra vez. Lluvia nocturna. Humedad. Ser sensible al sonido de los pastos alzándose en el campo. La naturaleza no dicta ninguna afirmación.

13 de marzo de 2018

Espejo

Del cuerpo brotan los instantes, brotan las horas. Y va surgiendo, en el tiempo, un mundo.

El espejo se cubre de una fina capa de polvo. Lo limpiamos, pero nunca totalmente. Miramos en él. Con dificultad distinguimos su reflejo. Vemos pasar el tiempo.

La fotografía quiso ser el espejo más claro: sólo necesitaba luz. Pero hizo falta alguien, también. Y su tiempo. ¿Quién se detuvo lo suficiente? ¿Qué no vio?

Una corriente de luz por un cauce de sombra.

21 de febrero de 2018

Otra vez

¿Existe una pregunta vacía? 

Creo que fue en la primavera, no la última, ni la anterior, sino aquella de la que puedo decir que algo se abrió y creció para recibir el verano. Fue al abrirse lo que se había cerrado y se había mantenido oculto para macerar. 
 
No era el invierno un tiempo de empobrecimiento, esto supe: era de concentración. Pues nada se había perdido sino sólo dispuesto de otro modo. 

Libélulas. Un hombre sostiene una y la mira fijamente. ¿Qué misterio hay en lo que vive? El vacío. Azul como los insectos. Desaparecen sin hacer ruido. Están vacíos. 

Otra vez una palabra, y una acción, no sé si imposible: vaciar. Retomar un texto para ir vaciándolo. ¿Totalmente? No. Sólo absolutamente. Despojarlo de lo que no es. Metamorfosis inversa, crisálida de la que nada nace: escribir.

1 de febrero de 2018

17 de Octubre

Se vacían los campos. Restos de casas, ninguna huella. Sólo piedras apiladas que atentamente observa. Es tarde, pero se queda junto al árbol. Fotografía su sombra: la forma en que coincide con el borde de un tronco, las oscuras variaciones de la hierba. Siente una grave compasión. ¿Qué día es hoy? Deja espacio para escribir después la fecha. Anota: Los frutos amargos deben madurar. 

1 de diciembre de 2017

Cambio de aliento

Tú, yo. Entre las palabras una coma. Breve intervalo. Lo escuchamos. Sostiene, sin decir. Suspende, pero no absuelve. Sólo invoca. ¿A quién, a qué? 

Dijiste: estar atentos a la pausa imperceptible, a la coma entre las cosas. Es un umbral casi vacío — dijiste — un cambio de aliento, únicamente.

Imágenes y límites. Algo comienza. ¿Dónde? Aquí, junto al extremo del mundo. Aquí: en las hondas superficies. 
 
En el mismo centro errante, callado del habla.

27 de octubre de 2017

Manantial

La memoria es la fuente, pero ignoramos cuál es la naturaleza del agua. Hay un pensador que se aproxima al silencio. Mira el recorrido del agua entre las piedras. Las atraviesa la luz. Su superficie brilla. El fondo, parcialmente oculto, apenas se mueve. 
 
— El río nace de una abertura en la roca. Recogí agua con la mano, sosteniendo un tallo, levemente. Un recuerdo es una imagen interior: difusa y pobre, se parece a la experiencia indefinible del instante. Entonces, ¿qué es esta inmediatez? En otro lugar, el pensador ha escrito: estoy aprendiendo a ver. Tengo un interior del que no sabía nada. Todo se dirige ahora hacia allí. No sé qué es lo que allí ocurre. — Cierro de nuevo los Cuadernos de Malte.

Las piedras tiemblan con la luz. Conozco un método para convertirlas en imágenes. Hace falta, sólamente, un espacio cerrado. En él hay una grieta por la que algo entra, y también, como en la roca, algo sale. El fondo es negro, aunque sus límites son claros. La fotografía es fiel a su origen: puede ser pensada en el espacio, pero necesita siempre del tiempo. Este, como el agua, hace que fluya lo insondable de la roca. Es sólo una ilusión que en la imagen todo parezca detenerse. En la imagen tampoco el tiempo se ha parado. 

He puesto esta mañana una fotografía tras otra sobre la mesa. Al mirarlas, la memoria se enriquece, y también se transforma. Vuelvo los ojos hacia el manantial. ¿Estoy aprendiendo a ver? Las fotografías, con su escritura silenciosa, cambian sutilmente lo que mi vocabulario hasta hace poco significaba: existencia, duración, belleza. En la contemplación las palabras no se pierden, sino que se anudan firmemente con lo que llamamos verdad. No sabemos definirla, pero asentimos a su enigma. Ahora comenzamos, preguntando: ¿qué es ver? Desde aquí, la montaña parece una ondulación vasta. Su reflejo, fijado en la movilidad de una imagen, es sólo una traducción inexacta del mundo.

9 de agosto de 2017

Una casa en el desierto

El camino es angosto. El río está lejos. Aquí, ante la inmensidad, ¿para qué? Abubillas cruzan el sendero. Escucho una voz. 

Hay una casa en el desierto, donde la tierra es yerma. En ella tiene su mundo una raíz. Se alza cada vez la luna en la montaña. La dejo atrás. Es roja. 

Por el silencio distinguimos a un animal de otro. Limpiamos una porción de terreno apartando ramas, piedras. Dormimos. Se hace de noche. El tiempo se asemeja a la superficie del agua cuando pasa el viento. 

Alguien dice el nombre de una constelación: Orión. Y de un planeta: Júpiter. No puedo ver con claridad un rostro. El pájaro nocturno canta sobre mí. Guardamos el sonido, no sabemos por qué. 

Los roedores hacen ruido cuando tratan de entrar. Por la mañana busco huellas invisibles. De vuelta a la senda cruzo el campo vacío, donde se han secado este verano las encinas más jóvenes. 

22 de junio de 2017

Duración

Ver con mayor nitidez una superficie cada vez más borrosa. — El río se hacía profundo bajo el puente. Lo cruzamos. Se posa sobre un pie el insecto azul. Resplandece como la luz en la piedra. Un pensamiento claro se abre, el más sencillo: permanece inmóvil ante lo difícil, escucha la duración.  

El ojo del mundo no ha parpadeado. Simplemente ha visto más allá de la imagen, más allá de la idea. Ningún lenguaje puede dar cuenta de lo que no pertenece a la visión, ni tampoco a la palabra. Entre cada nota del piano un silencio se anuncia. El mundo es la partitura de una melodía por escuchar. El ser, para mostrarse, exige callar.

23 de mayo de 2017

Una gruta azul

Sobre la mesa hay una piedra. Tras la pantalla, la imagen de un árbol. Alguien se sienta y anota: escribir para dar voz a las cosas. No traducir el mundo en palabras. Traducir lo real de las palabras, la música que otorgan a las cosas mudas.  
 
El poeta dice para que el mundo exista. En el papel, su palabra es una mancha; leída, apenas un sonido. 
 
¿No hemos supuesto demasiado? Asombrarse con el más leve, insignificante reflejo. Volver a los días subterráneos. Un excavador deja tras de sí la elevación. Recorre un camino que él mismo ha ido vaciando. Sabe de la tierra lo que no es. Busca una gruta azul. 

La mirada es un silencio musical. Como una melodía inversa, no termina en el silencio: empieza en el silencio. Dirigimos la atención hacia un espacio interior. La conciencia se forma en condiciones que ignora (y ha de ser así). Cámara oscura. Sobre un fondo plateado aparece la imagen. Muestra algo oculto en la visión: un secreto del ojo. Cada fotografía es un pozo: su límite vertical, su dirección hacia adentro. Tan sólo su apariencia es plana.

Un animal se arroja a la montaña. Las cumbres cuidan de la última luz. Alguien llega caminando. Se sienta en la fuente antigua. Al anochecer, el sonido de los insectos. La cámara recoge el movimiento de una estrella, línea blanca sobre el monte. La tensión del mundo se concentra, el resto se retrae.  Como un oído, el ojo no es sensible a la luz, sino al tiempo.

7 de mayo de 2017

Metamorfosis del aire

Una enseñanza intraducible: ascenso oscuro, ciudad vacía. La tarde extiende su piel rojiza. Superficies calladas. La naturaleza gime.

Antes de entrar hacemos una inclinación: las manos juntas, inspirar, dar un paso hacia adelante. Unas hojas de menta, sólamente, y se transforma el aire. Sentimos una pulsación.

Pared blanca. Entre todas las voces, una más clara, más lenta, dice: no ser demasiado elevado. No perder un apoyo simple, verdadero. Fidelidad a la raíz. Fidelidad a la tierra. 

Entre todas la voces, escuchamos la que habla más bajo.

5 de mayo de 2017

Materia solar

Cuarto oscuro. Lo que parecía desplazarse más adentro, trataba de salir. Era luminoso. Bajo los párpados,  una sustancia extrañamente leve: materia solar. El ojo es transparente, pero tamiza. La luz, transfigurada en sombra, entra. El ojo es ahora un espacio para el tiempo: los instantes se recogen vibrando en él. 
 
Ebullición de luz, imagen, metamorfosis. Duración sostenida. Cada sombra es atravesada por la luz. La proyectamos sobre una mesa. Las manos son, como un párpado, el tamiz. Muy quieto, el pájaro se ha posado de pronto en el aire.

25 de abril de 2017

Antes de empezar

Una nota al borde del tiempo: antes de empezar, recuerden el otoño. Sepan cómo pasa el viento entre éste y aquel árbol. Aprendan a escuchar
 
¿Será suficiente? El resto en la partitura es una sucesión de cuerda y aves. Si en la tierra se aquieta el ser, alza la vista, escribió Thoreau. El cielo muestra la siguiente línea. Página azul. Peatón celeste. Por los amigos que se van, sobre la mesa ponemos ambas manos. Abiertas. Se dirigen al techo. La puerta, hacia el desierto. 
 
Salimos de la estancia. En la cima, donde encontramos el dolmen, se abría la montaña. De un lado el monasterio; del otro, las voces junto al agua. El río nos invita, con su fuerza, a caminar. Lo seguimos por el barranco. El paisaje se extiende como si fuese real.

Partitura

La lentitud es un signo de la pasión: nada es más apasionado que contemplar. Lento, simple hacerse uno con el ojo. (Yendo hacia afuera, cada vez más profundo).

Zonas de lo visible. Surgen, se ocultan, llegan hasta el reino del ojo. Dentro del ojo hay un oído. Ante la belleza, el oído es un templo vacío. Algo cruza la mirada. Cumple una orden, íntima y propia. El oído en el ojo atiende al instante. Escucha las preguntas que el tiempo le hace. No responde. 

La visión es musical para este oído. Atravesando todo, se hace denso. La imagen se transforma en partitura. No hay piedra, sombra, árbol que no haya de ser interpretado. — Mirar es una pasión lenta.

18 de abril de 2017

Cantos Árticos

En todo hay algo discretamente abierto. Una piedra blanca casi forma un ojo en la colina. Desde la pupila quiero ver lo profundo, pero caen los párpados. 
 
¿Qué significa la nube? Sólo la conozco por su sombra en el campo; sin viento el paisaje queda intacto. Comienza a separarse lo que una vez se reunía en mí. 

Ahora, una orquesta acompaña a las aves. En la habitación suena Cantus Arcticus de Rautavaara. Al fondo, una montaña y tres caminos que la cruzan. Uno lleva hasta una cueva; otro a una cruz. Pero el último cada vez lleva hasta un sitio diferente, por eso siempre voy por él.

La verdadera fuente es clara, escribieron los sabios, pero sus ríos fluyen en la oscuridad. Aguas oscuras. Ofrendas olvidadas. El tiempo parece una sucesión vacía. Si no lo tejemos de imágenes, ¿qué nos queda? ¿No es casi imposible orar? La oración, pensaba entonces, era dar voz a un deseo. ¿Pero qué es, entonces, desear? ¿Se puede desear dando
 
Decir, con claridad, algo profundo y bello: eso bastaría. O una imagen, también clara y profunda, que encontrase su lugar, casi invisible, en el canto de unos pájaros.

13 de abril de 2017

Oración

Un compositor en una celda. Sin lápiz ni papel escucha atentamente el tiempo. En el aire escribe una sinfonía invisible. Sostiene la partitura en su mente como si fuese una oración. Y es una oración: desde que te fuiste, vivir es estar de camino a ti. Se sienta frente al piano. Pulsa una tecla. Cuatro instrumentos, sólamente. Stalag VIII es el nombre del lugar. ¿Compone para ascender a la cima del dolor? No lo sabe. La música es un camino a la naturaleza. Si la senda es estrecha, o si en un punto la pierde, entonces calla. En el centro de la música existe, quizás, la redención. Algo transcurre en torno al centro inmóvil de la música. Infinitamente lento. Guardamos silencio. 

Escribió Eckhart: “¿Adónde tengo pues que ir? A ninguna parte, a no ser a una naturaleza desnuda y vacía: ella me podría enseñar lo que yo le preguntaba en palabras”. Escuchamos una música que nos dirige a lo callado. Nada existe más vacío que una cumbre. A veces la montaña se resiste al que quiere subir. 
 
Aquella era una montaña que la luz escribía por el aire. Una línea (tenue) acompañaba su forma. En la distancia la observábamos durar. En la partitura invisible, con un gesto apenas visto, algo musical apareció.

11 de abril de 2017

Otra fuente

Lo leído deja un rastro. Es tenue. Lo seguimos. En el margen a veces una palabra, otras veces un punto. Casi siempre una línea dibujada con lápiz. También tenue. Casi todo olvidado. ¿Ha modulado imperceptiblemente un interior? Quizás. Pero ¿cómo saberlo? De nuevo el libro abierto. Uno que esperó hasta que llegó su tiempo: “La luz que brilla sobre el muro, podría verla de forma incorrecta si no dirigiera mi ojo allí donde brota. Y aun cuando la tome allí, debo permanecer libre de ese brotar; debo tomarla tal cual es, sostenida en sí misma.” 

Hay una indicación para mirar hacia el lugar donde brilla la luz. Una indicación sobre cómo mirar. Se encuentra en un texto del Maestro Eckhart. El fruto de la nada. ¿Cómo mirar? Dirigiendo el ojo a donde la luz brota. ¿Dirigiendo el ojo al muro? En absoluto. El muro es porque hay luz. La luz hace surgir el muro. El muro aparece, las cosas aparecen en la luz. ¿Surge del sol? Así dice la ciencia, pero sólo en cierto modo. Para ver la luz hemos de buscar otra fuente. La luz que está en el muro, brotando, que se ha posado en él, está ahí para quien mira. Está en quien mira, estrictamente. Como la forma en que la rugosidad del muro se muestra y lentamente cambia en el declinar de la tarde. Ha pasado un instante. Detrás del muro un árbol deposita su sombra. Alguien observa. ¿Cómo permanecer libre de ese brotar? Permanece libre quien mirando el muro dirige su ojo hacia la fuente. Hacia la luz. ¿Ver la luz es ver la mirada? Para ver la mirada la dirigimos hacia dentro, aún sin negar que el muro existe y se nos muestra, y que en él aparece la rugosidad, el brillo del mundo bajo la luz. Antes escribió Eckhart: “Cuando quiero obtener la imagen de una cosa, por ejemplo, de una piedra, entonces atraigo de ella en mi interior lo más tosco; lo extraigo de ella hacia fuera.” La cualidad de la piedra se forma dentro. En los insondables, lejanos sentidos internos. ¿Qué es sentir? Algo tan familiar, tan transparente, que no lo conocemos. Hacia allí volvemos el ojo: hacia el adentro donde se forma el afuera. ¿Hacia el límite? Hacia un lugar donde callar y permanecer, donde brotar.

26 de marzo de 2017

Ver

El cuerpo ocupa el centro de la visión. La visión se hace oscura. Se desata del pensamiento, y así ve. Vemos algo sin más, algo cuyo ser es la continuidad de los instantes. Todavía no se ha vivido un día vacío, totalmente. Cuando el vacío tome el espacio y lo haga transparente el tiempo no saldrá de los ojos. Entre mis ojos y este instante hay sólo una cuerda. Alguien se cubre el rostro para poder ver.

22 de marzo de 2017

Sobre una piedra


Quien pone su mano sobre una piedra sabe de un latir. Pero no porque haya vida en la materia, ni porque todo esté, como dijo Tales, lleno de dioses. Es porque posee el espacio la cualidad de un misterio que algunos han llamado tiempo. — Ponemos la mano y el oído para escuchar: llega un rumor de límites que dura como el mundo. Las cosas muestran, pero ocultan también lo más extraño: son. Alguien las observa atentamente. Nos han dicho que mirar es conocer. Pero mirar es crear, si la existencia es más débil de lo que habíamos supuesto: débil porque viene yéndose, como el instante. Las cosas están abiertas en el mundo. No basta con afirmar su apariencia: nada es más móvil que la apariencia. Son apariciones. Sobre ellas, como sobre una piedra, ponemos la mano. La sentimos vibrar. El espíritu, habitante o no del cuerpo, está ausente. Lo que somos vibra en contacto con lo que hay afuera. Hay un afuera. Y somos ahí. Lo miramos. Toma forma. Es el misterio de ser, de durar. — Una vez, subiendo una montaña, llegué a una cumbre vacía. La atravesaba la luz. El ascenso es a la vez un camino que baja. Respiración oculta en el centro de un corazón. Late como la piedra al comenzar. Alguien calla, sin asentir ni negar. Sobre una arista que se eleva en la tierra. La mirada en la quietud deja paso a un silencio. Entonces una imagen va naciendo en la sombra. Una materia oscura se agrieta, la luz se dispersa. La fotografía, lentamente, aparece.

(Un texto para Diálogo en la montaña)

21 de marzo de 2017

Diálogo en la montaña

He oído decir que Grisey se propuso llegar al interior del sonido, y que la resonancia es como un eco interior que se abre y después se pierde. Buscaba los golpes y la forma en que esa violencia crecía y desaparecía en el tiempo hasta callar. Y en el silencio otra vez los golpes de la piedra al deshacerse, pero nadie lo escuchó. El diálogo en la montaña era entonces la interiorización de un diálogo que no tuvo lugar. Así fue al principio: lo que se dice al otro cuando el otro no está. O bien lo que se dice a sí mismo alguien cuando lo que queda de otro es apenas una sombra. La llevamos con nosotros, como si estuviéramos, en parte, hechos de ausencia. “Diálogo en la montaña” es también el título de un texto de Paul Celan: Adorno y él iban a encontrarse pero no lo lograron, y Celan escribió aquel texto que hablaba de un paseo por la montaña en compañía de nadie. Algo así como ser testigo de un encuentro que no se produce. Y no sé muy bien por qué, pero a veces he pensado que esta condición de ser testigo de una ausencia, de un encuentro que no llega a producirse, era algo semejante a fotografiar; quizás porque fotografiar se ha vuelto muy difícil para mí, y porque desde hace tiempo experimento lo creativo con miedo y frustración, con dolor.

(Fragmento de una carta, invierno de 2014)

Voz de Nadie

En la sombra una imagen. Antes, la decisión. Antes la mirada. Aún antes un deseo que se hace visible, que es sentido en el cuerpo: deseo de lo que dirige la acción y piensa. Antes de pensar, el instante vacío. Así miramos y estamos en el mundo. ¿En su interior? ¿En su exterior?

En el tiempo de la imagen y de la vida. Cada vez más leves, a veces más pesados en él. Con la gravedad que sólo ahora se vuelve audible. Todo esto puede ser, manteniendo la atención a lo que toma forma aquí, fotografiar.

"Seguir el rastro del cuerpo", y escuchar la voluntad. En el cuerpo: la metamorfosis. - No la que sucede una vez, sólo una vez, sino la metamorfosis continua de lo que vive. Donde se abre el ojo. En él se dan las transformaciones - no frente a él. ¿La voz de nadie? Nosotros callamos. El descenso como forma de ascensión.

19 de marzo de 2017

La duración visible

Mirar es el comienzo, lo más transparente y oculto para el fotógrafo. Hemos supuesto, demasiadas veces, que mirar es un mero recorrido visual por lo real. Pero mirar es más bien una forma de apertura y de creación: apertura porque algo llega hasta nosotros; y creación, porque sólo al mirarlo toma forma, existe. Para la mirada, el espacio es una zona indefinida en la que parece desplegarse el mundo. Pero lo decisivo es el tiempo: todo mirar es una experiencia de duración.

Vamos a pensar la fotografía como una investigación sobre la mirada. Pensar la fotografía quiere decir: observar atentamente cómo es fotografiar. La propuesta aquí es considerar la mirada no sólo cómo una parte más del proceso fotográfico, sino como de hecho el momento esencial que sostiene al resto de la práctica. Vamos, por tanto, a pensar la mirada, observando con atención, intentando descubrir de qué manera es un proceso que transcurre en el tiempo y cómo nos incumbe. Fotografiar puede ser entonces una investigación sobre el tiempo: sobre lo perdido, sobre lo que permanece y lo que aguarda, sobre lo incierto. En otras palabras: una investigación sobre lo que se transforma y dura, sobre la duración.

(Introducción del taller La duración visible)

5 de diciembre de 2016

Piensa en el corazón

(Una lectura de El origen de la obra de arte, de Martin Heidegger.)

Ante los libros de Martin Heidegger: ¿por dónde comenzar? Lo desmesurado - escribe Nietzsche en El origen de la tragedia - se reveló como verdad. Vamos a pensar en la verdad de lo que no tiene medida, pero se revela y aparece. ¿Es una tarea que nos supera? El pensar de Heidegger, como el de Nietzsche, se sitúa frente a un abismo. Pero una fina cuerda cruza sobre él: es el lenguaje. Podemos caminar por el lenguaje y seguirlo como una senda que se pierde.

Gadamer invita a comprender la palabra que aún no ha callado. Lee cuidadosamente un poema de Paul Celan. Sus palabras, como las de Heidegger, no callan si se escuchan con atención, si se atiende al enigma. Heidegger lo llama Sein. Un poema de Paul Celan puede ser un enigma también que con sus sombras nos alcanza y alumbra. “Una palabra que adviene de alguien que piensa, en el corazón…”, anotó después de visitar en Todtnauberg a Martin Heidegger. Tuvieron entonces un diálogo en la montaña,  difícil cruce de caminos de la historia. Sus vidas se acercaban al final. Paul Celan habla de Heidegger. Dice de él que piensa en el corazón. ¿Qué es el corazón en el que piensa Martin Heidegger? ¿Dónde está?

Un corazón está dentro y late. Mantiene con su vida a lo que vive. Pero su latir es también una latencia. Está oculto, vive escondido y hace vivir. Heidegger nos dice la palabra que piensa en el corazón, la palabra que piensa en lo oculto. Lo oculto sostiene a lo que vive. Le ha puesto un nombre: la tierra. “Ésta ilumina al mismo tiempo aquello sobre y en lo que el ser humano funda su morada”. La tierra “se presenta como aquello que acoge”. Sustrato que sostiene, pero siempre se retira. ¿Es otro nombre para el ser? ¿Es el ser también un nombre para aquello en retirada? “Aquello hacia donde la obra se retira (…) es lo que llamamos tierra.” La obra se retira a la tierra, escribe Heidegger. Y la trae aquí: la crea. La obra hace a la tierra ser. No viola su carácter impenetrable, cerrado en sí mismo. La presenta en su insistente no llegar. Sabemos de ella como de la sombra: no podemos ir con luz, que la deshace. Sólo puede conocerse si se respeta en su misterio. ¿Qué tipo de conocimiento entra en lo oscuro sin alumbrar?

No es el saber de la ciencia, que pone su luz en el enigma, o lo pretende. Escribió Heidegger, por eso, años después, que “la ciencia no piensa”. Fue en el semestre de invierno de 1951. Entre el pensar y las ciencias hay un salto, un abismo que hay que cruzar. Heidegger habla del pensar que corresponde al hombre capaz de dar el salto. “El pensar se deja reclamar por el ser para decir la verdad del ser”, había escrito en Carta sobre el humanismo. Dijo: se deja reclamar. Algo reclama al pensar, algo quiere ser pensado y el pensar ha de dejarse. Lo que reclama es el ser. Estamos ante la llamada de una voz que en silencio nos reclama. Tiene la forma de una negación: es el reclamo de lo que se niega a llegar. “Lo que se nos sustrae precisamente nos arrastra consigo”. Se ha experimentado, en la historia, como trascendencia: revestido de dios, o de insondable materia, de totalidad o de absoluta nada, lo que se sustrae, lo que nos falta, está por eso mismo presente. En la más lejana proximidad.

La insistente negación, una abstención, escribe Heidegger, domina la esencia de la verdad. La otra cara de esta nada que aparece es el mundo. Estos son los términos que en Caminos de bosque conducen al arte y la verdad. El mundo es levantado por la obra. La obra lo levanta, pero hunde sus cimientos en la tierra. La tierra es tierra en la medida en que soporta al mundo que la obra ha abierto. El arte entonces, como el pensar, es un hilo tejido sobre ese abismo que entre el mundo y la tierra se ha de recorrer. Sólo mediante el hilo puede el hombre con dificultad vivir en ese tránsito. Sólo mediante el hilo, que el hombre teje, puede la tierra ser tierra, traída aquí, y el mundo puede levantarse en equilibrio como el hombre que lo cruza, con temor.

Algunas palabras han ido encontrando su lugar. Algo se oculta, ¿la tierra, el ser?, pero su influjo nos alcanza. Nos ponemos en camino. Y en medio de una densidad arbórea llegamos al claro, una nada que apenas conocemos. Entonces se abre un mundo que oculta a lo oculto. Y en esta dialéctica de lo que aparece y lo que queda retraído en la apariencia, lucha primigenia, acontece la verdad. ¿El arte es entonces tal acontecer? Los poetas guardan el lugar donde el acontecimiento se da: el lenguaje. El lenguaje es el ámbito de la verdad. Nietzsche había escrito: “¿Qué es entonces la verdad? Un ejército móvil de metáforas…” La verdad es el olvido de la ilusión: olvidamos que la verdad es lo que hicimos para poder vivir sobre la tierra. Son palabras de Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. La verdad sería entonces la toma de conciencia de la ilusión. Esta verdad es dolorosa, es una verdad del abismo, lomo del tigre sobre el cual dormimos, y despertamos a una nada. Pero antes de eso aún pensaba Nietzsche que en el arte podíamos escuchar una voz primordial, que era, digamos, voz de la verdad. El artista, escribe en El origen de la tragedia, se abisma en la contemplación. Y es él mismo un eco del dolor, de aquella desmesura que revela la verdad. La desmesura, sufriente, puede ser entonces el rostro nietzscheano de la lucha entre opuestos. Dioniso se objetiva en Apolo, y viene a nosotros. Viene como la tierra: se alza en el mundo que la obra funda. “Apolo no puede vivir sin Dioniso”. ¿Cómo podría?

Las palabras que nombran lo que somos y tocamos son como las motas de polvo que, o bien se posan sobre superficies extrañas, o bien siguen flotando perdidas en la sombra. Con paciencia inagotable alguien teje un poema en el vacío. Parece un canto o un lamento, o ambas cosas a la vez. ¿Es eso el arte?

3 de marzo de 2016

Cuerpo, escritura, imagen.

Ir más allá de la palabra para volver al lugar anterior a la palabra.
Antes de la palabra, el ruido.

El cuerpo al nacer es sensible al ruido, también a su propio ruido. Se estremece.

En el origen, la escucha de los sonidos del cuerpo. La escucha, por ejemplo, del latir de un corazón.

En el silencio, cuando las palabras son arrancadas, como las hojas de un cuaderno, se hace visible lo que aguardaba oculto. Algo nace cuando el lenguaje va más allá de su límite; entonces el cuerpo vuelve a ser sensible a sus propios sonidos. Y de la escucha del sonido del cuerpo un movimiento nace y se abre en el silencio.

(Fragmentos sobre el cuerpo y la escritura. Con Helena Dawin.)

25 de enero de 2016

Opacidad

La luz para mostrarse necesita un cuerpo opaco, silencioso, un cuerpo que reposa en sí mismo.
Pertenece a lo que la circunda un manto de sombras que se desplaza más allá cuando se posa en él el ojo. No se ve. Está presente.

Hay un viaje que se hace a los límites y que pasa por esta zona de silencio. La opacidad es la condición de las cosas que, en su presencia, son lo suficientemente densas para que lo más transparente aparezca. La luz y la sombra son modos de la ausencia que dependen de la opacidad del mundo. Allí donde la luz descansa la sombra calladamente se abre. Esta es la claridad.

Sendas perdidas


Hablar de fotografía es difícil, tanto como lo es, en ocasiones, fotografiar. Hay algo en esta dificultad que nos reclama, que nos hace volver a las imágenes, a pesar de todo, a las palabras. Una reflexión sobre la práctica requiere andar por caminos poco transitados, para proponer, quizás, algo semejante a una práctica liberadora. Podríamos preguntar: ¿por qué liberadora? No porque haga desaparecer lo difícil, sino porque, por el contrario, va a mostrarlo. En ese mostrarse, lo difícil no se anula sino que encuentra su lugar en el seno de la práctica y se realiza.

No se trata, por supuesto, de una dificultad técnica, y tampoco de una dificultad conceptual. La pregunta del por qué fotografiar puede responderse fácilmente. Todas las razones parecen ser válidas, hasta la más profunda: por nada. La pregunta por el cómo puede ser más ambigua, y entran en escena otras dificultades: desde dónde, cuándo, a qué distancia... que así planteadas se reducen a un asunto de decisiones, conscientes o no, sobre la construcción de la imagen. 

Apuntamos ahora a una dificultad que está más allá de las imágenes, pues las imágenes nacen de un proceso que, en sí mismo, encierra ya una dificultad esencial. Penetrando en esa dificultad quizás sea posible atravesar las otras. ¿Cómo ir entonces más allá de las imágenes para llegar a ese lugar, o a ese momento, en el que se da lo más difícil? Yendo, quizás, al antes de la imagen, al momento casi invisible y fugaz de la mirada. Allí están presentes las dificultades más hondas, por ser iniciales, y que por eso permanecen más ocultas. En torno a ellas se gesta la imagen. Se pone en marcha el procedimiento técnico y simbólico del que puede surgir. Algo comienza. 

Nos acercamos, entonces, a la dificultad de mirar. Proceso en gran medida inconsciente, en él actúa con fuerza, y sin ser notada, la represión. También un coro de voces a menudo no escuchadas: no he de mirar esto; no debo mirar así. La mirada ha sido domesticada, pero constantemente hemos de resistir a su empuje. Es difícil mirar, siempre, pues implica estar abierto. Sobre todo abierto a lo interior: al deseo y el miedo, con frecuencia a ambos a la vez. Deseamos mirar, pero no debemos hacerlo; nos atemoriza mirar, pero deseamos ver. Los márgenes de libertad son estrechos. En ellos se desarrolla la creación.

El conocimiento de la mirada requiere una escucha atenta de estas voces silenciosas que rodean y condicionan el proceso creativo. Mediante esta escucha quizás sea posible profundizar en un mirar más originario, más desnudo, y al mismo tiempo más orientado hacia los límites de la experiencia. La fotografía, una mirada sobre la mirada (Bernard Noël), puede llevarnos a su encuentro. En raras ocasiones, tal vez, también a su superación. 

(Prólogo a Sendas perdidas, un diálogo sobre fotografía)


4 de enero de 2016

Silenciarse

No escribir para ahondar en el vacío. Es hondo y silencioso. (Permanece, a pesar de todo, intacto).
La palabra para silenciarse en el vértigo. 

Para que la voz encuentre un lugar donde posarse. 

1 de octubre de 2015

Preguntar


Releer lo escrito. Tiempo atrás: hacerse todas las preguntas para llegar al silencio. Un esbozo de algo parecido a un pensamiento. En cualquier caso, insistir ahora en las preguntas no resueltas. En ellas ha anidado un enigma. Escribe Trías: la interrogación es el único lenguaje posible ante lo trascendente. La interrogación, entonces, como lenguaje del límite, o forma en que el lenguaje, al acercarse al límite se cuestiona a sí mismo. El habitante del límite es un ser que pregunta. O mejor: un ser que se pregunta (porque, una vez llegado al límite, ¿a quién habría de preguntar?). 

Pero parece imposible hacerse todas las preguntas, si no existen preguntas a la espera de ser formuladas. Existe acaso un preguntarse, un descubrir poco a poco la pregunta ante la cuál sentimos que nos acercamos a un extremo del mundo, del lenguaje. ¿Basta con llegar hasta él y permanecer en silencio? Quizás: sin eludir el peligro pero tampoco entregarse, como un equilibrista que se detiene.

27 de septiembre de 2015

Comenzar


El nacimiento es el más misterioso de los comienzos. En él, algo se forma, o bien a algo se le da forma, y empieza a ser. Nos hacemos preguntas: ¿Dónde comienza? ¿Quién o qué le da su forma? Y sobre todo: ¿a partir de qué? Quizás sea ya demasiado tarde para la metafísica, para defender que algo pueda crearse de la nada. Pero precisamente porque es tarde para la metafísica, porque ya no hay lugar para la nada en el mundo, por eso, tal vez, podemos comprender mejor qué significa, si significa algo, comenzar.

No hay lugar para la nada. El mundo está lleno, pesa demasiado. Paradójicamente, un mundo que no deja lugar para la nada, que se reivindica como lo único existente, al mismo tiempo va alojando un hueco, un vacío. Si es indiferente que algo comience o que algo acabe, porque nunca nada verdaderamente comienza; si todo comienzo es una repetición, entonces cada repetición es en sí misma la expresión de una nada que se hace visible en su propio repetirse. Pero esta nada abre otro orden, una oportunidad para que algo nazca. Pues todo se repite, pero las repeticiones nunca son iguales. 

Cada nacimiento es testimonio de un abismo. Nos sitúa ante la extrañeza: reconocemos con asombro que en lo que nace hay algo que regresa, que nos es devuelto. Por eso cada nacimiento ha de ser recibido, y ha de tener alguien, o algo, a su espera: lo que nace retornando nos reclama, porque viene inacabado, hasta cierto punto vacío. Pero no del todo. Necesita abrirse a la presencia, y ser acogido. Recibir un vacío. Esto, podríamos decir, es crear.

Para un mundo sin metafísica, esta idea puede ser conciliadora: no creamos desde la nada, sino con la nada. O bien: al crear hay, acaso, una cierta nada que nos crea y nos da forma, con la que moldeamos, y que a su vez nos moldea. Así puede explicarse la identidad entre el nacimiento y el retorno. Y desde lo creativo, así podríamos pensar el momento misterioso, a veces aterrador, del comienzo. Algo nace: se forma, o se transforma. Atraviesa un límite, testimonia una base desconocida, materia oscura que a la vez sostiene y constituye lo visible. Introduce en el mundo, casi sin ser notado, una porción de sombra. Martin Heidegger escribió que un niño, cuando nace, ya está maduro para morir. Lleva en él, efectivamente, la semilla para un nuevo nacimiento, para una nueva muerte.

Nos encontramos entonces en el borde, a punto de cruzar. Llevamos con nosotros, aunque no lo sabemos, un silencio: algo que hemos olvidado. Ni siquiera a partir de estas palabras, olvido, silencio, lo podemos nombrar. Nos disponemos a dar el paso. Ni completamente libres, ni completamente determinados. Apenas sin margen, como en el sendero más estrecho. Al mismo tiempo dispuestos para nacer y para asistir a lo que nace. Así nos es dado el comienzo.