25 de enero de 2016

Sendas perdidas


Hablar de fotografía es difícil, tanto como lo es, en ocasiones, fotografiar. Hay algo en esta dificultad que nos reclama, que nos hace volver a las imágenes, a pesar de todo, a las palabras. Una reflexión sobre la práctica requiere andar por caminos poco transitados, para proponer, quizás, algo semejante a una práctica liberadora. Podríamos preguntar: ¿por qué liberadora? No porque haga desaparecer lo difícil, sino porque, por el contrario, va a mostrarlo. En ese mostrarse, lo difícil no se anula sino que encuentra su lugar en el seno de la práctica y se realiza.

No se trata, por supuesto, de una dificultad técnica, y tampoco de una dificultad conceptual. La pregunta del por qué fotografiar puede responderse fácilmente. Todas las razones parecen ser válidas, hasta la más profunda: por nada. La pregunta por el cómo puede ser más ambigua, y entran en escena otras dificultades: desde dónde, cuándo, a qué distancia... que así planteadas se reducen a un asunto de decisiones, conscientes o no, sobre la construcción de la imagen. 

Apuntamos ahora a una dificultad que está más allá de las imágenes, pues las imágenes nacen de un proceso que, en sí mismo, encierra ya una dificultad esencial. Penetrando en esa dificultad quizás sea posible atravesar las otras. ¿Cómo ir entonces más allá de las imágenes para llegar a ese lugar, o a ese momento, en el que se da lo más difícil? Yendo, quizás, al antes de la imagen, al momento casi invisible y fugaz de la mirada. Allí están presentes las dificultades más hondas, por ser iniciales, y que por eso permanecen más ocultas. En torno a ellas se gesta la imagen. Se pone en marcha el procedimiento técnico y simbólico del que puede surgir. Algo comienza. 

Nos acercamos, entonces, a la dificultad de mirar. Proceso en gran medida inconsciente, en él actúa con fuerza, y sin ser notada, la represión. También un coro de voces a menudo no escuchadas: no he de mirar esto; no debo mirar así. La mirada ha sido domesticada, pero constantemente hemos de resistir a su empuje. Es difícil mirar, siempre, pues implica estar abierto. Sobre todo abierto a lo interior: al deseo y el miedo, con frecuencia a ambos a la vez. Deseamos mirar, pero no debemos hacerlo; nos atemoriza mirar, pero deseamos ver. Los márgenes de libertad son estrechos. En ellos se desarrolla la creación.

El conocimiento de la mirada requiere una escucha atenta de estas voces silenciosas que rodean y condicionan el proceso creativo. Mediante esta escucha quizás sea posible profundizar en un mirar más originario, más desnudo, y al mismo tiempo más orientado hacia los límites de la experiencia. La fotografía, una mirada sobre la mirada (Bernard Noël), puede llevarnos a su encuentro. En raras ocasiones, tal vez, también a su superación. 

(Prólogo a Sendas perdidas, un diálogo sobre fotografía)