1 de diciembre de 2017

Cambio de aliento

Tú, yo. Entre las palabras una coma. Breve intervalo. Lo escuchamos. Sostiene, sin decir. Suspende, pero no absuelve. Sólo invoca. ¿A quién, a qué? 

Dijiste: estar atentos a la pausa imperceptible, a la coma entre las cosas. Es un umbral casi vacío — dijiste — un cambio de aliento, únicamente.

Imágenes y límites. Algo comienza. ¿Dónde? Aquí, junto al extremo del mundo. Aquí: en las hondas superficies. 
 
En el mismo centro errante, callado del habla.

27 de octubre de 2017

Manantial

La memoria es la fuente, pero ignoramos cuál es la naturaleza del agua. Hay un pensador que se aproxima al silencio. Mira el recorrido del agua entre las piedras. Las atraviesa la luz. Su superficie brilla. El fondo, parcialmente oculto, apenas se mueve. 
 
— El río nace de una abertura en la roca. Recogí agua con la mano, sosteniendo un tallo, levemente. Un recuerdo es una imagen interior: difusa y pobre, se parece a la experiencia indefinible del instante. Entonces, ¿qué es esta inmediatez? En otro lugar, el pensador ha escrito: estoy aprendiendo a ver. Tengo un interior del que no sabía nada. Todo se dirige ahora hacia allí. No sé qué es lo que allí ocurre. — Cierro de nuevo los Cuadernos de Malte.

Las piedras tiemblan con la luz. Conozco un método para convertirlas en imágenes. Hace falta, sólamente, un espacio cerrado. En él hay una grieta por la que algo entra, y también, como en la roca, algo sale. El fondo es negro, aunque sus límites son claros. La fotografía es fiel a su origen: puede ser pensada en el espacio, pero necesita siempre del tiempo. Este, como el agua, hace que fluya lo insondable de la roca. Es sólo una ilusión que en la imagen todo parezca detenerse. En la imagen tampoco el tiempo se ha parado. 

He puesto esta mañana una fotografía tras otra sobre la mesa. Al mirarlas, la memoria se enriquece, y también se transforma. Vuelvo los ojos hacia el manantial. ¿Estoy aprendiendo a ver? Las fotografías, con su escritura silenciosa, cambian sutilmente lo que mi vocabulario hasta hace poco significaba: existencia, duración, belleza. En la contemplación las palabras no se pierden, sino que se anudan firmemente con lo que llamamos verdad. No sabemos definirla, pero asentimos a su enigma. Ahora comenzamos, preguntando: ¿qué es ver? Desde aquí, la montaña parece una ondulación vasta. Su reflejo, fijado en la movilidad de una imagen, es sólo una traducción inexacta del mundo.

9 de agosto de 2017

Una casa en el desierto

El camino es angosto. El río está lejos. Aquí, ante la inmensidad, ¿para qué? Abubillas cruzan el sendero. Escucho una voz. 

Hay una casa en el desierto, donde la tierra es yerma. En ella tiene su mundo una raíz. Se alza cada vez la luna en la montaña. La dejo atrás. Es roja. 

Por el silencio distinguimos a un animal de otro. Limpiamos una porción de terreno apartando ramas, piedras. Dormimos. Se hace de noche. El tiempo se asemeja a la superficie del agua cuando pasa el viento. 

Alguien dice el nombre de una constelación: Orión. Y de un planeta: Júpiter. No puedo ver con claridad un rostro. El pájaro nocturno canta sobre mí. Guardamos el sonido, no sabemos por qué. 

Los roedores hacen ruido cuando tratan de entrar. Por la mañana busco huellas invisibles. De vuelta a la senda cruzo el campo vacío, donde se han secado este verano las encinas más jóvenes. 

22 de junio de 2017

Duración

Ver con mayor nitidez una superficie cada vez más borrosa. — El río se hacía profundo bajo el puente. Lo cruzamos. Se posa sobre un pie el insecto azul. Resplandece como la luz en la piedra. Un pensamiento claro se abre, el más sencillo: permanece inmóvil ante lo difícil, escucha la duración.  

El ojo del mundo no ha parpadeado. Simplemente ha visto más allá de la imagen, más allá de la idea. Ningún lenguaje puede dar cuenta de lo que no pertenece a la visión, ni tampoco a la palabra. Entre cada nota del piano un silencio se anuncia. El mundo es la partitura de una melodía por escuchar. El ser, para mostrarse, exige callar.

23 de mayo de 2017

Una gruta azul

Sobre la mesa hay una piedra. Tras la pantalla, la imagen de un árbol. Alguien se sienta y anota: escribir para dar voz a las cosas. No traducir el mundo en palabras. Traducir lo real de las palabras, la música que otorgan a las cosas mudas.  
 
El poeta dice para que el mundo exista. En el papel, su palabra es una mancha; leída, apenas un sonido. 
 
¿No hemos supuesto demasiado? Asombrarse con el más leve, insignificante reflejo. Volver a los días subterráneos. Un excavador deja tras de sí la elevación. Recorre un camino que él mismo ha ido vaciando. Sabe de la tierra lo que no es. Busca una gruta azul. 

La mirada es un silencio musical. Como una melodía inversa, no termina en el silencio: empieza en el silencio. Dirigimos la atención hacia un espacio interior. La conciencia se forma en condiciones que ignora (y ha de ser así). Cámara oscura. Sobre un fondo plateado aparece la imagen. Muestra algo oculto en la visión: un secreto del ojo. Cada fotografía es un pozo: su límite vertical, su dirección hacia adentro. Tan sólo su apariencia es plana.

Un animal se arroja a la montaña. Las cumbres cuidan de la última luz. Alguien llega caminando. Se sienta en la fuente antigua. Al anochecer, el sonido de los insectos. La cámara recoge el movimiento de una estrella, línea blanca sobre el monte. La tensión del mundo se concentra, el resto se retrae.  Como un oído, el ojo no es sensible a la luz, sino al tiempo.

7 de mayo de 2017

Metamorfosis del aire

Una enseñanza intraducible: ascenso oscuro, ciudad vacía. La tarde extiende su piel rojiza. Superficies calladas. La naturaleza gime.

Antes de entrar hacemos una inclinación: las manos juntas, inspirar, dar un paso hacia adelante. Unas hojas de menta, sólamente, y se transforma el aire. Sentimos una pulsación.

Pared blanca. Entre todas las voces, una más clara, más lenta, dice: no ser demasiado elevado. No perder un apoyo simple, verdadero. Fidelidad a la raíz. Fidelidad a la tierra. 

Entre todas la voces, escuchamos la que habla más bajo.

5 de mayo de 2017

Materia solar

Cuarto oscuro. Lo que parecía desplazarse más adentro, trataba de salir. Era luminoso. Bajo los párpados,  una sustancia extrañamente leve: materia solar. El ojo es transparente, pero tamiza. La luz, transfigurada en sombra, entra. El ojo es ahora un espacio para el tiempo: los instantes se recogen vibrando en él. 
 
Ebullición de luz, imagen, metamorfosis. Duración sostenida. Cada sombra es atravesada por la luz. La proyectamos sobre una mesa. Las manos son, como un párpado, el tamiz. Muy quieto, el pájaro se ha posado de pronto en el aire.

25 de abril de 2017

Antes de empezar

Una nota al borde del tiempo: antes de empezar, recuerden el otoño. Sepan cómo pasa el viento entre éste y aquel árbol. Aprendan a escuchar
 
¿Será suficiente? El resto en la partitura es una sucesión de cuerda y aves. Si en la tierra se aquieta el ser, alza la vista, escribió Thoreau. El cielo muestra la siguiente línea. Página azul. Peatón celeste. Por los amigos que se van, sobre la mesa ponemos ambas manos. Abiertas. Se dirigen al techo. La puerta, hacia el desierto. 
 
Salimos de la estancia. En la cima, donde encontramos el dolmen, se abría la montaña. De un lado el monasterio; del otro, las voces junto al agua. El río nos invita, con su fuerza, a caminar. Lo seguimos por el barranco. El paisaje se extiende como si fuese real.

Partitura

La lentitud es un signo de la pasión: nada es más apasionado que contemplar. Lento, simple hacerse uno con el ojo. (Yendo hacia afuera, cada vez más profundo).

Zonas de lo visible. Surgen, se ocultan, llegan hasta el reino del ojo. Dentro del ojo hay un oído. Ante la belleza, el oído es un templo vacío. Algo cruza la mirada. Cumple una orden, íntima y propia. El oído en el ojo atiende al instante. Escucha las preguntas que el tiempo le hace. No responde. 

La visión es musical para este oído. Atravesando todo, se hace denso. La imagen se transforma en partitura. No hay piedra, sombra, árbol que no haya de ser interpretado. — Mirar es una pasión lenta.

18 de abril de 2017

Cantos Árticos

En todo hay algo discretamente abierto. Una piedra blanca casi forma un ojo en la colina. Desde la pupila quiero ver lo profundo, pero caen los párpados. 
 
¿Qué significa la nube? Sólo la conozco por su sombra en el campo; sin viento el paisaje queda intacto. Comienza a separarse lo que una vez se reunía en mí. 

Ahora, una orquesta acompaña a las aves. En la habitación suena Cantus Arcticus de Rautavaara. Al fondo, una montaña y tres caminos que la cruzan. Uno lleva hasta una cueva; otro a una cruz. Pero el último cada vez lleva hasta un sitio diferente, por eso siempre voy por él.

La verdadera fuente es clara, escribieron los sabios, pero sus ríos fluyen en la oscuridad. Aguas oscuras. Ofrendas olvidadas. El tiempo parece una sucesión vacía. Si no lo tejemos de imágenes, ¿qué nos queda? ¿No es casi imposible orar? La oración, pensaba entonces, era dar voz a un deseo. ¿Pero qué es, entonces, desear? ¿Se puede desear dando
 
Decir, con claridad, algo profundo y bello: eso bastaría. O una imagen, también clara y profunda, que encontrase su lugar, casi invisible, en el canto de unos pájaros.

13 de abril de 2017

Oración

Un compositor en una celda. Sin lápiz ni papel escucha atentamente el tiempo. En el aire escribe una sinfonía invisible. Sostiene la partitura en su mente como si fuese una oración. Y es una oración: desde que te fuiste, vivir es estar de camino a ti. Se sienta frente al piano. Pulsa una tecla. Cuatro instrumentos, sólamente. Stalag VIII es el nombre del lugar. ¿Compone para ascender a la cima del dolor? No lo sabe. La música es un camino a la naturaleza. Si la senda es estrecha, o si en un punto la pierde, entonces calla. En el centro de la música existe, quizás, la redención. Algo transcurre en torno al centro inmóvil de la música. Infinitamente lento. Guardamos silencio. 

Escribió Eckhart: “¿Adónde tengo pues que ir? A ninguna parte, a no ser a una naturaleza desnuda y vacía: ella me podría enseñar lo que yo le preguntaba en palabras”. Escuchamos una música que nos dirige a lo callado. Nada existe más vacío que una cumbre. A veces la montaña se resiste al que quiere subir. 
 
Aquella era una montaña que la luz escribía por el aire. Una línea (tenue) acompañaba su forma. En la distancia la observábamos durar. En la partitura invisible, con un gesto apenas visto, algo musical apareció.

11 de abril de 2017

Otra fuente

Lo leído deja un rastro. Es tenue. Lo seguimos. En el margen a veces una palabra, otras veces un punto. Casi siempre una línea dibujada con lápiz. También tenue. Casi todo olvidado. ¿Ha modulado imperceptiblemente un interior? Quizás. Pero ¿cómo saberlo? De nuevo el libro abierto. Uno que esperó hasta que llegó su tiempo: “La luz que brilla sobre el muro, podría verla de forma incorrecta si no dirigiera mi ojo allí donde brota. Y aun cuando la tome allí, debo permanecer libre de ese brotar; debo tomarla tal cual es, sostenida en sí misma.” 

Hay una indicación para mirar hacia el lugar donde brilla la luz. Una indicación sobre cómo mirar. Se encuentra en un texto del Maestro Eckhart. El fruto de la nada. ¿Cómo mirar? Dirigiendo el ojo a donde la luz brota. ¿Dirigiendo el ojo al muro? En absoluto. El muro es porque hay luz. La luz hace surgir el muro. El muro aparece, las cosas aparecen en la luz. ¿Surge del sol? Así dice la ciencia, pero sólo en cierto modo. Para ver la luz hemos de buscar otra fuente. La luz que está en el muro, brotando, que se ha posado en él, está ahí para quien mira. Está en quien mira, estrictamente. Como la forma en que la rugosidad del muro se muestra y lentamente cambia en el declinar de la tarde. Ha pasado un instante. Detrás del muro un árbol deposita su sombra. Alguien observa. ¿Cómo permanecer libre de ese brotar? Permanece libre quien mirando el muro dirige su ojo hacia la fuente. Hacia la luz. ¿Ver la luz es ver la mirada? Para ver la mirada la dirigimos hacia dentro, aún sin negar que el muro existe y se nos muestra, y que en él aparece la rugosidad, el brillo del mundo bajo la luz. Antes escribió Eckhart: “Cuando quiero obtener la imagen de una cosa, por ejemplo, de una piedra, entonces atraigo de ella en mi interior lo más tosco; lo extraigo de ella hacia fuera.” La cualidad de la piedra se forma dentro. En los insondables, lejanos sentidos internos. ¿Qué es sentir? Algo tan familiar, tan transparente, que no lo conocemos. Hacia allí volvemos el ojo: hacia el adentro donde se forma el afuera. ¿Hacia el límite? Hacia un lugar donde callar y permanecer, donde brotar.

26 de marzo de 2017

Ver

El cuerpo ocupa el centro de la visión. La visión se hace oscura. Se desata del pensamiento, y así ve. Vemos algo sin más, algo cuyo ser es la continuidad de los instantes. Todavía no se ha vivido un día vacío, totalmente. Cuando el vacío tome el espacio y lo haga transparente el tiempo no saldrá de los ojos. Entre mis ojos y este instante hay sólo una cuerda. Alguien se cubre el rostro para poder ver.

22 de marzo de 2017

Sobre una piedra


Quien pone su mano sobre una piedra sabe de un latir. Pero no porque haya vida en la materia, ni porque todo esté, como dijo Tales, lleno de dioses. Es porque posee el espacio la cualidad de un misterio que algunos han llamado tiempo. — Ponemos la mano y el oído para escuchar: llega un rumor de límites que dura como el mundo. Las cosas muestran, pero ocultan también lo más extraño: son. Alguien las observa atentamente. Nos han dicho que mirar es conocer. Pero mirar es crear, si la existencia es más débil de lo que habíamos supuesto: débil porque viene yéndose, como el instante. Las cosas están abiertas en el mundo. No basta con afirmar su apariencia: nada es más móvil que la apariencia. Son apariciones. Sobre ellas, como sobre una piedra, ponemos la mano. La sentimos vibrar. El espíritu, habitante o no del cuerpo, está ausente. Lo que somos vibra en contacto con lo que hay afuera. Hay un afuera. Y somos ahí. Lo miramos. Toma forma. Es el misterio de ser, de durar. — Una vez, subiendo una montaña, llegué a una cumbre vacía. La atravesaba la luz. El ascenso es a la vez un camino que baja. Respiración oculta en el centro de un corazón. Late como la piedra al comenzar. Alguien calla, sin asentir ni negar. Sobre una arista que se eleva en la tierra. La mirada en la quietud deja paso a un silencio. Entonces una imagen va naciendo en la sombra. Una materia oscura se agrieta, la luz se dispersa. La fotografía, lentamente, aparece.

(Un texto para Diálogo en la montaña)

21 de marzo de 2017

Diálogo en la montaña

He oído decir que Grisey se propuso llegar al interior del sonido, y que la resonancia es como un eco interior que se abre y después se pierde. Buscaba los golpes y la forma en que esa violencia crecía y desaparecía en el tiempo hasta callar. Y en el silencio otra vez los golpes de la piedra al deshacerse, pero nadie lo escuchó. El diálogo en la montaña era entonces la interiorización de un diálogo que no tuvo lugar. Así fue al principio: lo que se dice al otro cuando el otro no está. O bien lo que se dice a sí mismo alguien cuando lo que queda de otro es apenas una sombra. La llevamos con nosotros, como si estuviéramos, en parte, hechos de ausencia. “Diálogo en la montaña” es también el título de un texto de Paul Celan: Adorno y él iban a encontrarse pero no lo lograron, y Celan escribió aquel texto que hablaba de un paseo por la montaña en compañía de nadie. Algo así como ser testigo de un encuentro que no se produce. Y no sé muy bien por qué, pero a veces he pensado que esta condición de ser testigo de una ausencia, de un encuentro que no llega a producirse, era algo semejante a fotografiar; quizás porque fotografiar se ha vuelto muy difícil para mí, y porque desde hace tiempo experimento lo creativo con miedo y frustración, con dolor.

(Fragmento de una carta, invierno de 2014)

Voz de Nadie

En la sombra una imagen. Antes, la decisión. Antes la mirada. Aún antes un deseo que se hace visible, que es sentido en el cuerpo: deseo de lo que dirige la acción y piensa. Antes de pensar, el instante vacío. Así miramos y estamos en el mundo. ¿En su interior? ¿En su exterior?

En el tiempo de la imagen y de la vida. Cada vez más leves, a veces más pesados en él. Con la gravedad que sólo ahora se vuelve audible. Todo esto puede ser, manteniendo la atención a lo que toma forma aquí, fotografiar.

"Seguir el rastro del cuerpo", y escuchar la voluntad. En el cuerpo: la metamorfosis. - No la que sucede una vez, sólo una vez, sino la metamorfosis continua de lo que vive. Donde se abre el ojo. En él se dan las transformaciones - no frente a él. ¿La voz de nadie? Nosotros callamos. El descenso como forma de ascensión.

19 de marzo de 2017

La duración visible

Mirar es el comienzo, lo más transparente y oculto para el fotógrafo. Hemos supuesto, demasiadas veces, que mirar es un mero recorrido visual por lo real. Pero mirar es más bien una forma de apertura y de creación: apertura porque algo llega hasta nosotros; y creación, porque sólo al mirarlo toma forma, existe. Para la mirada, el espacio es una zona indefinida en la que parece desplegarse el mundo. Pero lo decisivo es el tiempo: todo mirar es una experiencia de duración.

Vamos a pensar la fotografía como una investigación sobre la mirada. Pensar la fotografía quiere decir: observar atentamente cómo es fotografiar. La propuesta aquí es considerar la mirada no sólo cómo una parte más del proceso fotográfico, sino como de hecho el momento esencial que sostiene al resto de la práctica. Vamos, por tanto, a pensar la mirada, observando con atención, intentando descubrir de qué manera es un proceso que transcurre en el tiempo y cómo nos incumbe. Fotografiar puede ser entonces una investigación sobre el tiempo: sobre lo perdido, sobre lo que permanece y lo que aguarda, sobre lo incierto. En otras palabras: una investigación sobre lo que se transforma y dura, sobre la duración.

(Introducción del taller La duración visible)