25 de abril de 2017

Antes de empezar

Una nota al borde del tiempo: antes de empezar, recuerden el otoño. Sepan cómo pasa el viento entre éste y aquel árbol. Aprendan a escuchar
 
¿Será suficiente? El resto en la partitura es una sucesión de cuerda y aves. Si en la tierra se aquieta el ser, alza la vista, escribió Thoreau. El cielo muestra la siguiente línea. Página azul. Peatón celeste. Por los amigos que se van, sobre la mesa ponemos ambas manos. Abiertas. Se dirigen al techo. La puerta, hacia el desierto. 
 
Salimos de la estancia. En la cima, donde encontramos el dolmen, se abría la montaña. De un lado el monasterio; del otro, las voces junto al agua. El río nos invita, con su fuerza, a caminar. Lo seguimos por el barranco. El paisaje se extiende como si fuese real.

Partitura

La lentitud es un signo de la pasión: nada es más apasionado que contemplar. Lento, simple hacerse uno con el ojo. (Yendo hacia afuera, cada vez más profundo).

Zonas de lo visible. Surgen, se ocultan, llegan hasta el reino del ojo. Dentro del ojo hay un oído. Ante la belleza, el oído es un templo vacío. Algo cruza la mirada. Cumple una orden, íntima y propia. El oído en el ojo atiende al instante. Escucha las preguntas que el tiempo le hace. No responde. 

La visión es musical para este oído. Atravesando todo, se hace denso. La imagen se transforma en partitura. No hay piedra, sombra, árbol que no haya de ser interpretado. — Mirar es una pasión lenta.

18 de abril de 2017

Cantos Árticos

En todo hay algo discretamente abierto. Una piedra blanca casi forma un ojo en la colina. Desde la pupila quiero ver lo profundo, pero caen los párpados. 
 
¿Qué significa la nube? Sólo la conozco por su sombra en el campo; sin viento el paisaje queda intacto. Comienza a separarse lo que una vez se reunía en mí. 

Ahora, una orquesta acompaña a las aves. En la habitación suena Cantus Arcticus de Rautavaara. Al fondo, una montaña y tres caminos que la cruzan. Uno lleva hasta una cueva; otro a una cruz. Pero el último cada vez lleva hasta un sitio diferente, por eso siempre voy por él.

La verdadera fuente es clara, escribieron los sabios, pero sus ríos fluyen en la oscuridad. Aguas oscuras. Ofrendas olvidadas. El tiempo parece una sucesión vacía. Si no lo tejemos de imágenes, ¿qué nos queda? ¿No es casi imposible orar? La oración, pensaba entonces, era dar voz a un deseo. ¿Pero qué es, entonces, desear? ¿Se puede desear dando
 
Decir, con claridad, algo profundo y bello: eso bastaría. O una imagen, también clara y profunda, que encontrase su lugar, casi invisible, en el canto de unos pájaros.

13 de abril de 2017

Oración

Un compositor en una celda. Sin lápiz ni papel escucha atentamente el tiempo. En el aire escribe una sinfonía invisible. Sostiene la partitura en su mente como si fuese una oración. Y es una oración: desde que te fuiste, vivir es estar de camino a ti. Se sienta frente al piano. Pulsa una tecla. Cuatro instrumentos, sólamente. Stalag VIII es el nombre del lugar. ¿Compone para ascender a la cima del dolor? No lo sabe. La música es un camino a la naturaleza. Si la senda es estrecha, o si en un punto la pierde, entonces calla. En el centro de la música existe, quizás, la redención. Algo transcurre en torno al centro inmóvil de la música. Infinitamente lento. Guardamos silencio. 

Escribió Eckhart: “¿Adónde tengo pues que ir? A ninguna parte, a no ser a una naturaleza desnuda y vacía: ella me podría enseñar lo que yo le preguntaba en palabras”. Escuchamos una música que nos dirige a lo callado. Nada existe más vacío que una cumbre. A veces la montaña se resiste al que quiere subir. 
 
Aquella era una montaña que la luz escribía por el aire. Una línea (tenue) acompañaba su forma. En la distancia la observábamos durar. En la partitura invisible, con un gesto apenas visto, algo musical apareció.

11 de abril de 2017

Otra fuente

Lo leído deja un rastro. Es tenue. Lo seguimos. En el margen a veces una palabra, otras veces un punto. Casi siempre una línea dibujada con lápiz. También tenue. Casi todo olvidado. ¿Ha modulado imperceptiblemente un interior? Quizás. Pero ¿cómo saberlo? De nuevo el libro abierto. Uno que esperó hasta que llegó su tiempo: “La luz que brilla sobre el muro, podría verla de forma incorrecta si no dirigiera mi ojo allí donde brota. Y aun cuando la tome allí, debo permanecer libre de ese brotar; debo tomarla tal cual es, sostenida en sí misma.” 

Hay una indicación para mirar hacia el lugar donde brilla la luz. Una indicación sobre cómo mirar. Se encuentra en un texto del Maestro Eckhart. El fruto de la nada. ¿Cómo mirar? Dirigiendo el ojo a donde la luz brota. ¿Dirigiendo el ojo al muro? En absoluto. El muro es porque hay luz. La luz hace surgir el muro. El muro aparece, las cosas aparecen en la luz. ¿Surge del sol? Así dice la ciencia, pero sólo en cierto modo. Para ver la luz hemos de buscar otra fuente. La luz que está en el muro, brotando, que se ha posado en él, está ahí para quien mira. Está en quien mira, estrictamente. Como la forma en que la rugosidad del muro se muestra y lentamente cambia en el declinar de la tarde. Ha pasado un instante. Detrás del muro un árbol deposita su sombra. Alguien observa. ¿Cómo permanecer libre de ese brotar? Permanece libre quien mirando el muro dirige su ojo hacia la fuente. Hacia la luz. ¿Ver la luz es ver la mirada? Para ver la mirada la dirigimos hacia dentro, aún sin negar que el muro existe y se nos muestra, y que en él aparece la rugosidad, el brillo del mundo bajo la luz. Antes escribió Eckhart: “Cuando quiero obtener la imagen de una cosa, por ejemplo, de una piedra, entonces atraigo de ella en mi interior lo más tosco; lo extraigo de ella hacia fuera.” La cualidad de la piedra se forma dentro. En los insondables, lejanos sentidos internos. ¿Qué es sentir? Algo tan familiar, tan transparente, que no lo conocemos. Hacia allí volvemos el ojo: hacia el adentro donde se forma el afuera. ¿Hacia el límite? Hacia un lugar donde callar y permanecer, donde brotar.