22 de marzo de 2017

Sobre una piedra


Quien pone su mano sobre una piedra sabe de un latir. Pero no porque haya vida en la materia, ni porque todo esté, como dijo Tales, lleno de dioses. Es porque posee el espacio la cualidad de un misterio que algunos han llamado tiempo. — Ponemos la mano y el oído para escuchar: llega un rumor de límites que dura como el mundo. Las cosas muestran, pero ocultan también lo más extraño: son. Alguien las observa atentamente. Nos han dicho que mirar es conocer. Pero mirar es crear, si la existencia es más débil de lo que habíamos supuesto: débil porque viene yéndose, como el instante. Las cosas están abiertas en el mundo. No basta con afirmar su apariencia: nada es más móvil que la apariencia. Son apariciones. Sobre ellas, como sobre una piedra, ponemos la mano. La sentimos vibrar. El espíritu, habitante o no del cuerpo, está ausente. Lo que somos vibra en contacto con lo que hay afuera. Hay un afuera. Y somos ahí. Lo miramos. Toma forma. Es el misterio de ser, de durar. — Una vez, subiendo una montaña, llegué a una cumbre vacía. La atravesaba la luz. El ascenso es a la vez un camino que baja. Respiración oculta en el centro de un corazón. Late como la piedra al comenzar. Alguien calla, sin asentir ni negar. Sobre una arista que se eleva en la tierra. La mirada en la quietud deja paso a un silencio. Entonces una imagen va naciendo en la sombra. Una materia oscura se agrieta, la luz se dispersa. La fotografía, lentamente, aparece.

(Un texto para Diálogo en la montaña)