27 de octubre de 2017

Manantial

La memoria es la fuente, pero ignoramos cuál es la naturaleza del agua. Hay un pensador que se aproxima al silencio. Mira el recorrido del agua entre las piedras. Las atraviesa la luz. Su superficie brilla. El fondo, parcialmente oculto, apenas se mueve. 
 
— El río nace de una abertura en la roca. Recogí agua con la mano, sosteniendo un tallo, levemente. Un recuerdo es una imagen interior: difusa y pobre, se parece a la experiencia indefinible del instante. Entonces, ¿qué es esta inmediatez? En otro lugar, el pensador ha escrito: estoy aprendiendo a ver. Tengo un interior del que no sabía nada. Todo se dirige ahora hacia allí. No sé qué es lo que allí ocurre. — Cierro de nuevo los Cuadernos de Malte.

Las piedras tiemblan con la luz. Conozco un método para convertirlas en imágenes. Hace falta, sólamente, un espacio cerrado. En él hay una grieta por la que algo entra, y también, como en la roca, algo sale. El fondo es negro, aunque sus límites son claros. La fotografía es fiel a su origen: puede ser pensada en el espacio, pero necesita siempre del tiempo. Este, como el agua, hace que fluya lo insondable de la roca. Es sólo una ilusión que en la imagen todo parezca detenerse. En la imagen tampoco el tiempo se ha parado. 

He puesto esta mañana una fotografía tras otra sobre la mesa. Al mirarlas, la memoria se enriquece, y también se transforma. Vuelvo los ojos hacia el manantial. ¿Estoy aprendiendo a ver? Las fotografías, con su escritura silenciosa, cambian sutilmente lo que mi vocabulario hasta hace poco significaba: existencia, duración, belleza. En la contemplación las palabras no se pierden, sino que se anudan firmemente con lo que llamamos verdad. No sabemos definirla, pero asentimos a su enigma. Ahora comenzamos, preguntando: ¿qué es ver? Desde aquí, la montaña parece una ondulación vasta. Su reflejo, fijado en la movilidad de una imagen, es sólo una traducción inexacta del mundo.