29 de mayo de 2018

Ambas orillas

— No sé si existe el exterior. A veces, frente a las cosas, siento que no están allí donde las veo. El ojo parece proyectarlas sin recibir nada de ellas.
— ¿Quieres decir que la visión es un sueño, y que la misma solidez no es más que una ilusión? 
— No exactamente... ¿cómo podría ser un sueño? Sería preciso, entonces, alguien que durmiese, y que el durmiente pudiese despertar.
— Si el exterior no existe más allá de quien lo ve, ¿se puede decir que sólo hay una mente en la que todo se forma? El universo, en ese caso, coincide con la vida.
— Esa afirmación es demasiado optimista. ¿Por qué llamamos "vida" al mundo? Consideramos que lo vivo es el grado más alto de la existencia... cuando quizás sea, simplemente, el último. 
— Puede que las piedras, entonces, estén vivas también.
— Para nosotros, supongo que sí. Pero si las piedras pudiesen conocer... Lo inorgánico no es sino un punto de vista, una distancia. Una piedra está tan cerca... tal vez demasiado.
Admites que hay entonces perspectivas diversas. Creo que esto conlleva la aceptación de lo externo: algo diferente de nosotros, un afuera, sea lo que sea.
— Claro, la diferencia existe... Es fácil pensar en la unidad, pero difícil sentirla. Eso que llamas "afuera", me pregunto: ¿qué es? Estamos aquí, sin saber muy bien dónde. Sólo la costumbre nos permite dar, en ocasiones, pasos firmes. También las regularidades, sí, y los libros de ciencia... la materia. Caminamos sobre esas convicciones. Está bien, y es necesario. Aún así, he imaginado a veces el mundo visto desde muy lejos. ¿Podríamos alejarnos tanto de él que lo perdiésemos de vista? Quiero decir: alejarnos sin llegar nunca a otro lugar.  Al hacerlo estaríamos ya creando un universo, vacío, como una sombra del nuestro. Flotando en una oscuridad tan honda que ni siquiera nuestro cuerpo se viese ¿crees que hablaríamos aún de "lo externo"?