13 de abril de 2017

Oración

Un compositor en una celda. Sin lápiz ni papel escucha atentamente el tiempo. En el aire escribe una sinfonía invisible. Sostiene la partitura en su mente como si fuese una oración. Y es una oración: desde que te fuiste, vivir es estar de camino a ti. Se sienta frente al piano. Pulsa una tecla. Cuatro instrumentos, sólamente. Stalag VIII es el nombre del lugar. ¿Compone para ascender a la cima del dolor? No lo sabe. La música es un camino a la naturaleza. Si la senda es estrecha, o si en un punto la pierde, entonces calla. En el centro de la música existe, quizás, la redención. Algo transcurre en torno al centro inmóvil de la música. Infinitamente lento. Guardamos silencio. 

Escribió Eckhart: “¿Adónde tengo pues que ir? A ninguna parte, a no ser a una naturaleza desnuda y vacía: ella me podría enseñar lo que yo le preguntaba en palabras”. Escuchamos una música que nos dirige a lo callado. Nada existe más vacío que una cumbre. A veces la montaña se resiste al que quiere subir. 
 
Aquella era una montaña que la luz escribía por el aire. Una línea (tenue) acompañaba su forma. En la distancia la observábamos durar. En la partitura invisible, con un gesto apenas visto, algo musical apareció.