18 de abril de 2017

Cantos Árticos

En todo hay algo discretamente abierto. Una piedra blanca casi forma un ojo en la colina. Desde la pupila quiero ver lo profundo, pero caen los párpados. 
 
¿Qué significa la nube? Sólo la conozco por su sombra en el campo; sin viento el paisaje queda intacto. Comienza a separarse lo que una vez se reunía en mí. 

Ahora, una orquesta acompaña a las aves. En la habitación suena Cantus Arcticus de Rautavaara. Al fondo, una montaña y tres caminos que la cruzan. Uno lleva hasta una cueva; otro a una cruz. Pero el último cada vez lleva hasta un sitio diferente, por eso siempre voy por él.

La verdadera fuente es clara, escribieron los sabios, pero sus ríos fluyen en la oscuridad. Aguas oscuras. Ofrendas olvidadas. El tiempo parece una sucesión vacía. Si no lo tejemos de imágenes, ¿qué nos queda? ¿No es casi imposible orar? La oración, pensaba entonces, era dar voz a un deseo. ¿Pero qué es, entonces, desear? ¿Se puede desear dando
 
Decir, con claridad, algo profundo y bello: eso bastaría. O una imagen, también clara y profunda, que encontrase su lugar, casi invisible, en el canto de unos pájaros.